viernes, 4 de noviembre de 2016

Cuento realista “El escape de algunos”




            Esta es la historia de Matías, o como todos le decíamos, “el gringo”. Cuando entró al pabellón, se le notaba una banda que tenía miedo. Miraba para todos lados, y en un momento nos miró. A mí y a los muchachos nos hizo gracia y yo ya me imaginaba lo que le había pasado. ¿Cómo había llegado acá? Seguramente él no lo hizo. Lo engañaron, lo amenazaron para hacer algo lo suficientemente malo como para terminar con los "piores".
            Resulta que él no daba muchos problemas, no jodía a nadie y se escondía en su celda, de todos, todo el tiempo. Pero un día, no sé, me levanté, y fui a verlo. Era rarazo y los raritos me caían bien. Cuando voy caminando para la celda, pensaba con qué me iba a encontrar. Capaz que éste sí era un loquito, nomás que aparentaba. Entro, y lo veo escribiendo. Yo no me lo podía creer. A éste le conseguían un cuaderno y lapicera pero nosotros nos matamos por un pucho. Un poco caliente, le digo:
-Hola
-…
            El gringo no hablaba, pero, ¡cómo escribía, eh!
-¿Qué querés? No tengo puchos.
-Nada bolo, venía a verte. Te vi llegar y quería saber si ya te habían matado o algo ya.
-Ah, bueno, gracias por preocuparte. Supongo.
-¿Qué escribís?- le dije arrebatándole el cuaderno.
            Amagó como para resistirse pero tonto no era. Ahí, de cerca, pude ver las ojeras que tenía de no dormir.
-¿Qué es todo esto, chabón? Estás acá y te vas a morir acá y vos, ¿escribís poesía? ¿Sos gay?
-Vos no entendés el poder de la lapicera y el papel.
            Ciertamente, no entiendo. Estaba re loco y lo sigo pensando. Creo que lo último que ví de él fue su cuerpo, bañado en sangre y él, como tonto, abrazado a su cuaderno. Tan poderosos el papel y la lapicera, que no pudieron salvarlo. Ja.

Mismo cuento, versión romántica.
            La cárcel. El silencio no tiene lugar aquí, las paredes de concreto hacen retumbar los gritos e insultos y ni siquiera en mi mente encuentro la paz. Uno se termina rindiendo, para no morir, uno se adapta fingiendo ser algo que no se es. Pintar el rostro con rasgos feroces intentando infundir miedo y temor a cualquiera que te mire.
            Pero él no era así. El gringo entró esquivando la mirada de todos. Su piel blanca, resaltaba, iluminaba el lugar y contrastaba con todos. No hubo alma que no se detuviera a mirarlo y burlarse. Sus ojos detonaban miedo, cual niño cuando lo reprenden. Intentando seguir al guardia que lo guiaba a su celda, él se abría paso a través del mar de furia, de maldad sin razón. Tenía miedo, sí, pero la soledad no lo asustaba.
            La lapicera y el papel. Esa era su salida, el modo de volver a la realidad, de expresar sus sentimientos. Morir golpeado, abatido, era insignificante. El gringo sabía que el cuerpo perecedero era. Pero su mente y el alma merecían cuidado. En un lugar donde sólo reina el mal, un inocente pobre no tiene cómo escapar.


Victoria Azábal. Quinto año Naturales, turno mañana.

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